El agua es un elemento decisivo para la vida en nuestro planeta. Según el Informe Mundial de ONU sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019, la escasez de agua ya afecta a 4.000 millones de personas (55% de la población mundial) al menos un mes al año. Su obtención y conservación es uno de los problemas prioritarios de la situación ambiental global.
Es a todas luces escandaloso que en pleno siglo XXI, miles de millones de personas en todo el mundo sigan careciendo de acceso al agua, el saneamiento y la higiene. Es lo que reveló un nuevo informe de UNICEF y la Organización Mundial de la Salud (OMS): alrededor de 2.200 millones de personas en todo el mundo no cuentan con servicios de agua potable segura; 4.200 millones de personas no cuentan con servicios de saneamiento gestionados de forma segura; y 3.000 millones carecen de instalaciones básicas para su higiene personal.
“El agua dulce es un recurso precioso en muchas partes del mundo –advierte Lis Mullin Bernhardt, experta en agua dulce de ONU Medio Ambiente– que está cada vez más amenazado debido al consumo excesivo, el cambio climático y la contaminación”.
Esos tres grandes abordajes (accesibilidad, saneamiento y salubridad e higiene) componen la dura problemática actual del agua dulce. Es que –insiste Bernhardt– “el acceso al agua es, al mismo tiempo, esencial para casi todo lo que cada uno de nosotros hace a diario: producir alimentos y energía, mantener la salud y el bienestar de las personas, y garantizar que los ecosistemas en tierra y mar y toda la biodiversidad que vive en ellos, pueda funcionar”.
Algo tan vital como el agua no es un bien que esté disponible para todos. Tres de cada diez personas no poseen un servicio de agua potable segura. Es decir: unos 2.200 millones de personas, es decir casi un 30% de la población mundial y unos 800 millones de personas carecen directamente de un servicio básico de agua potable.
Si bien se han realizado progresos considerables en el logro del acceso universal al agua básica, el saneamiento y la higiene, existen enormes desigualdades en la calidad de los servicios prestados. Kelly Ann Naylor, Directora Asociada de Agua, Saneamiento e Higiene de UNICEF señala que “el simple acceso a estos servicios no es suficiente. Si el agua no está limpia, no es segura para beber o está lejos, y si el acceso a los retretes no es seguro o está limitado, entonces no estamos cumpliendo con nuestra misión en favor de los niños del mundo. Los niños y sus familias de las comunidades pobres y rurales son los que corren mayor peligro de quedarse atrás. Los gobiernos deben invertir en sus comunidades si queremos superar estas divisiones económicas y geográficas y hacer realidad este derecho humano esencial”.
El informe revela que 1.800 millones de personas han obtenido acceso a los servicios básicos de agua potable desde el año 2000, pero existen grandes desigualdades en la accesibilidad, disponibilidad y calidad de estos servicios. Se estima que 1 de cada 10 personas en el Planeta todavía carecen de estos servicios elementales.
De aquellos privilegiados que tienen acceso a servicios de agua potable gestionados de manera segura, solo una de cada tres (unos 1.900 millones) vive en áreas rurales. La población mundial que utilizaba un servicio básico de agua potable pasó del 81 al 89% en el período 2000-2015, pero el acceso de un tercio del total no es a agua segura y un 11% permanece sin acceder al agua potable.
La cobertura de los servicios de agua gestionados de forma segura que en Europa y América del Norte es del 94%, en el África subsahariana es solo del 24%. El uso medio de agua por persona/día que es de 200- 300 litros en Europa o EEUU, apenas alcanza a 10 litros en algunos países en vías de desarrollo.
De aquellas naciones que, en 2015, tenían una cobertura menor al 95% (es decir los más atrasados), solo uno de cada cinco está en camino de solucionar los servicios básicos de agua universales para el 2030.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), de los 159 millones de personas que directamente de fuentes superficiales (y en general, contaminadas), todavía recolectan agua potable no tratada, el 58% pertenece al África subsahariana. La distancia media que caminan las mujeres en África y en Asia para recoger agua es de 6 kilómetros y es habitual que lo hagan acompañadas por sus hijas, lo que limita su concurrencia a la escuela y su formación.
Otro de los grandes condicionamientos de la accesibilidad al agua potable –un derecho humano básico– proviene de la privatización del recurso y del retiro del Estado como responsable del acceso de la población a un insumo básico para la supervivencia. Las consecuencias económicas y de salud pública son flagrantes: los habitantes de suburbios de Yakarta, Manila y Nairobi pagan de 5 a 10 veces más por el agua que aquellos que viven en Londres o Nueva York. En Manila, por ejemplo, el coste de la conexión a la red pública implica los ingresos de tres meses de trabajo para el 20 % de las familias más pobres y en las zonas urbanas de Kenia supera los seis meses.
Pero el problema del agua no se termina en su accesibilidad. Sanear el recurso supone tratar las aguas residuales, recoger los residuos y minimizar las emisiones de gases contaminantes, provenientes de su acumulación indebida. A nivel mundial, solo unas 2.900 millones de personas (un 39% de la población mundial) tienen servicios de saneamiento gestionados de forma segura.
En la complaciente normativa internacional se consideran servicios básicos, el tener una fuente de agua potable protegida a menos de 30 minutos del domicilio, acceso a un inodoro o letrina mejorada que no se comparta con otros vecinos y poseer instalaciones donde lavarse las manos con agua y jabón en el hogar. Y servicios de agua y saneamiento gestionados de forma segura, cuando hay posibilidad de beber agua de fuentes ubicadas in situ, libres de contaminación y disponibles cuando sea necesario, y el acceso a inodoros higiénicos cuyos desechos se tratan y eliminan de manera segura.
En general, la cobertura total es más baja para el saneamiento básico que para el agua básica. Según OMS-Unicef, ninguna región ODS (con excepción de Australia y Nueva Zelanda, que tienen cobertura casi universal) está en camino de alcanzar el saneamiento básico universal siquiera para el 2030.
Unos 2.500 millones de personas no tienen acceso a instalaciones de saneamiento básico, crucial para evitar enfermedades por contaminación fecal y aún hoy unos 680 millones de personas se ven obligados a defecar al aire libre, según Unicef.
Cada año, 297.000 niños menores de 5 años mueren debido a la diarrea relacionada con la falta de agua, saneamiento e higiene. El saneamiento deficiente y el agua contaminada también están relacionados con la transmisión de enfermedades como el cólera, la disentería, la hepatitis A y la fiebre tifoidea.
El tratamiento eficaz de las aguas residuales es esencial para una buena salud pública. Naciones Unidas reconoció en 2010 que “el agua potable limpia y segura y el saneamiento como un derecho humano que es esencial para el pleno disfrute de la vida y los demás derechos humanos”.
Hoy más de 80% de las aguas residuales del mundo se vierten en el medio ambiente sin tratamiento, una cifra que alcanza 95% en algunos países menos desarrollados. Solo 26% de los servicios urbanos y 34% de los servicios rurales de saneamiento y aguas residuales previenen efectivamente el contacto humano con las excretas en toda la cadena de saneamiento y, por tanto, pueden considerarse seguros. El resto está aún por resolver. Y la meta está fijada para el 2030.
Como señala Kelly Naylor, “cerrar las brechas de desigualdad en la accesibilidad, calidad y disponibilidad de agua, saneamiento e higiene debe formar parte del núcleo de las estrategias de financiación y planificación de los gobiernos. Renunciar a los planes de inversión para la cobertura universal es socavar décadas de progreso a expensas de las generaciones venideras”.
Es hora de que los gobiernos despierten y oigan…