Alrededor del negacionismo del calentamiento global, Trump ha reunido una caterva de necios muy dispuestos a decorar con intrigas conspiracionistas, su vocación de voceros rentados de grandes empresas desesperadas por detener la creciente conciencia planetaria sobre los riesgos del cambio climático, como Jim Inhofe y Scott Pruitt, de los que hemos hecho referencia en el número anterior.
A ellos se suman extremistas religiosos y políticos más algún científico solitario, contrarios al consenso científico alcanzado a nivel global.
El objetivo es introducir la mayor confusión posible acerca de la certidumbre científica de que el cambio climático es responsabilidad del hombre por la quema de combustibles fósiles, como el carbón y el petróleo. La voluntad de confundir es tal que el Heartland Institute, una de las usinas negacionistas, solventada por las donaciones del magnate petroquímico Charles Koch y otros grandes petroleros, destinó 1,2 millones de dólares para poner en marcha hace una década el Nongovernmental International Panel on Climate Change (NIPCC), creando un grupo que pudiera ser confundido con el Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC), que lidera las investigaciones sobre el clima.
Wells Griffith es un funcionario del gobierno de Trump desde 2017 como asesor principal de la Casa Blanca para el Departamento de Energía y Medio Ambiente para luego convertirse en subsecretario adjunto principal en la Oficina de Asuntos Internacionales del Departamento. Es licenciado en historia y abogado y su única experiencia en energía es poseer con su familia una estación de servicio en Alabama.
En la Conferencia de Cambio climático de Naciones Unidas (COP24) en Katowice, Polonia en 2018, fue abucheado por los asistentes cuando defendió la producción de los combustibles fósiles y el carbón: “Creemos firmemente que ningún país debería tener que sacrificar la prosperidad económica ni la seguridad energética en aras de la sustentabilidad ambiental”. Su defensa no era casual: en 2017, logró venderle a Ucrania 700.000 toneladas de carbón provenientes de Pensilvania.
Como Griffith, William Happer fue Director de la Oficina de Ciencia del Departamento de Energía pero en la administración George W. Bush. En febrero pasado fue elegido por Trump nada menos que para presidir el “Comité presidencial sobre seguridad climática”, un grupo de 14 asesores dirigido a consolidar la idea del magnate a cargo del Casa Blanca de arrasar con cualquier reconocimiento del drama ambiental en ciernes. De hecho, Happer sostiene que “el cambio climático es una amenaza imaginaria, inventada por científicos insulares y paranoicos”.
La designación de Happer, de 80 años, tenía como misión contradecir las afirmaciones científicas de la Evaluación Nacional del Clima 2017, un documento oficial de EEUU en la que investigadores de 13 agencias federales –incluidas las comunidades de seguridad nacional e inteligencia– concluyeron que el cambio climático ya está afectando al país, es provocado por la actividad humana y los daños que acarreará se llevarán el 10% de la economía de EEUU antes de final de siglo si no se toman medidas urgentes.
Recientemente abandonó su cargo, después de que Trump, acosado por sus problemas legales y el pedido de impeachment, decidió postergar la creación del Comité mientras confirmaba su abandono definitivo del Acuerdo de París. El octogenario físico, que no tiene antecedentes en materia de clima, sin embargo se atreve a desafiar el consenso de la ciencia climática, calificando el problema global como “una amenaza completamente imaginaria que no existe. La gente tiene miedo de ponerse de pie y decir eso”.
Happer es fundador de Coalición de CO2, un grupo negacionista que sostiene que los niveles crecientes de carbono benefician al mundo. Y que niega que el metano contribuya al cambio climático, cuando todos los científicos acuerdan que es un contaminante de calentamiento más poderoso que el dióxido de carbono, aunque permanece en la atmósfera por menos tiempo.
Otro negacionista singular es el ingeniero civil chileno Douglas Pollock, quien se presenta como “experto iberoamericano en cambio climático desde enero 2013 a la actualidad, con carácter freelance” (sic!!). Sus únicos antecedentes en el tema consisten en haber participado en Washington de una reunión científica sobre cambio climático para miembros del staff de Trump, a la que califica como “la conferencia científica considerada la más importante del orbe sobre cambio climático” y en julio de 2019, haber dado una charla para una audiencia similar, en uno de los hoteles de Trump sobre “La Pesadilla de las Energías Renovables en Chile”, también organizada por el Heartland Institute, una usina del negacionismo climático.
Pollock considera que el cambio climático, el IPCC y los gases de efecto invernadero son parte de una gigantesca estafa de la ONU: “El cambio climático es un gran negocio para la ONU. Evidentemente que sí (…) dicho sea de paso como ustedes sabrán el negocio de las drogas en el mundo mueve 650.000 millones de dólares al año. ¿Saben cuánto mueve el negocio climático en el mundo, Naciones Unidas a la cabeza? El doble: 1,3 billones de dólares al año. Evidentemente es un buen negocio y ahí ven ustedes a los gobernantes de Occidente como están todos comprometidos con este fraude”.
Pero la necedad siempre linda con la estupidez y Pollock no podía estar exento. Entusiasmado por su tarea de presunta demonización de las investigaciones científicas de Naciones Unidas, revela la rancia ideología que subyace en su negacionismo: “El objetivo final de Naciones Unidas es doble: primero la repartición igualitaria de la riqueza a nivel global… ¿Les suena conocido eso? Es socialismo. Y segundo, el establecimiento de un gobierno global liderado por Naciones Unidas. Eso lo dicen hoy día, sin ninguna vergüenza en sus tratados; específicamente el Tratado de Copenhague de noviembre del año 2009 anexo 1, párrafos 36-38. Ahí está, lo dice manifiestamente y lo dicen en sus Informes de evaluación a lo menos en el cuarto y en el quinto de los años 2007, 2013 y 2014, sin ninguna vergüenza”. (Sic!!!)
Repartir equitativamente la riqueza y dirigir la comunidad humana hacia la unidad, por encima de los nacionalismos que, en sus versiones extremas, han provocado enormes tragedias humanas, para Pollock es “marxismo cultural”, como lo es la lucha contra el cambio climático. Exactamente lo que sostiene Jair Bolsonaro.
Para el ingeniero chileno “desde 1997 la temperatura del planeta no ha variado, de manera que los dueños del negocio tuvieron que cambiarle el nombre al problema, que ahora se llama “Cambio Climático”, el mismo cambio que está teniendo lugar ahora, como lo ha tenido siempre y lo tuvo en el año 900, en 1500 y a mediados del 1800, con oscilaciones entre enfriamiento y calentamiento, sin que el ser humano tuviera nada significativo que ver. La cantidad de CO2 en la atmósfera no constituye problema ahora ni nunca lo ha representado”.
Lo curioso es que antes de 2013, este singular espécimen de “único latinoamericano que ha estudiado el cambio climático” –tal como se autodefine– era empleado administrativo en cobranzas de Walmart Chile.
Pero los necios no son insignificantes. Sus mentores –las cinco compañías petroleras y de gas más grandes del mundo, entre otros– dedican más de 200 millones de dólares al año para sostener lobbies que retrasan o frenan la implementación de políticas climáticas en las que está en juego nuestra propia supervivencia.
La negación organizada del cambio climático ha logrado, a fuerza de mentiras y presión y dólares, que la industria del petróleo siga con sus emisiones de gases de efecto invernadero y nos arrastre al estado de emergencia climática global que hoy soportamos.
Es hora de desemascararlos.