Desde Nairobi (Kenia), sede del PNUMA, la presidencia de la V° Asamblea de la ONU para el Medioambiente (UNEA-5) informó que más de 150 países ha resuelto apoyar una estrategia global para combatir la “triple crisis” ambiental” que sufre el Planeta (Ver Más Azul n° 17, febrero 2021, “Triple emergencia ambiental”).
Han acordado desarrollar una estrategia a medio plazo –diseñada por PNUMA– que busca frenar antes del 2025 la llamada “Triple C”: crisis climática, crisis de polución y crisis de pérdida de biodiversidad.
Más de 150 Estados participantes respaldaron esa estrategia en la V° sesión de la UNEA, principal organismo de toma de decisiones ambientales del mundo, que se celebró el 22 y 23 de febrero pasado.
Sveinung Rotevatn, presidente de UNEA-5 y ministro noruego de Clima y Medioambiente, señaló que adoptaron “la estrategia a medio plazo del PNUMA (…) para responder a las crisis medioambientales que afrontamos… Trabajaremos juntos para identificar acciones que nos ayuden a atajar el cambio climático, proteger la biodiversidad y reducir la contaminación”.
“Debemos potenciar nuestras acciones para transformar verdaderamente nuestra relación con el planeta”, insistió el presidente de UNEA-5. “El amplio mandato del PNUMA nos permite de manera única buscar soluciones integrales a través de diferentes programas medioambientales”.
La Asamblea de la ONU para el Medioambiente es el máximo órgano decisorio sobre temas de este sector en el mundo, y se reúne cada dos años a fin de marcar las prioridades para las políticas medioambientales globales.
La UNEA está integrada por los 193 países miembros de la ONU y fue establecida a partir de 2012, durante la celebración de la Conferencia Río+20.
La directora ejecutiva del PNUMA, Inger Andersen, remarcó su agradecimiento “a los Estados miembros por aprobar la estrategia a medio plazo, que puede sonar bastante ‘tecnocrático’ pero que, en la práctica, implicará una acción medioambiental decidida hasta 2025”.
Andersen señaló que se necesita “empezar a tornar las palabras en acciones después de UNEA-5. Y eso -significa apoyar una recuperación verde de la pandemia”. Y destacó con firmeza lo que implica: “Significa contribuciones nacionales mayores a las del Acuerdo de París, para reducir emisiones de gases de efecto invernadero, que causan el calentamiento de la Tierra… Significa un nuevo marco de gestión de productos químicos y un nuevo avance contra la polución del plástico”.
Andersen destacó en especial la decisión de África, “un continente que ha hecho mucho al respecto, pues 34 de las 54 naciones (africanas) ya han instituido algún tipo de prohibición del plástico”.
El compromiso africano fue elogiado por el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, en un discurso inaugural de la UNEA-5:“A través del PNUMA abordamos colectivamente los desafíos ambientales que enfrenta nuestro mundo… El mandato del PNUMA es fundamental si queremos lograr nuestras aspiraciones para el medio ambiente y el desarrollo sostenible”.
Kenyatta celebró que Nairobi, la capital de su país, sea sede del Programa de Naciones Unidas que la convierte “en la capital medioambiental del Planeta”.
Sin embargo, la posibilidad de que la segunda reunión de la UNEA-5 en 2022, pueda establecer un acuerdo o tratado mundial contra la contaminación plástica, desató las precauciones diplomáticas. El ministro noruego Rotevatn quiso ser cauto. “Ya veremos…” afirmó y recordó que aunque él apoyaría una medida como esa, “en UNEA tomamos las decisiones juntos”.
El “veremos” repetido por Inger Andersen, la directora de PNUMA, tuvo otras connotaciones: “Lo veremos, pero lo que está claro es que el ‘status quo’ no es una opción”. Lo que claramente constituye un llamado a la acción.
PNUMA jugará en la siguiente reunión de UNEA-5 sus mejores cartas, ya que en 2022 se celebrarán los actos de conmemoración del quincuagésimo aniversario de su creación. Una UNEA-5 exitosa servirá de inspiración a los países para avanzar en la reducción de las emisiones contaminantes e invertir en soluciones verdes.
Debe recordarse que esa Asamblea ambiental de la ONU antecede a otras citas importantes que se desarrollarán en 2021, en especial la decisiva Cumbre de la ONU sobre el clima (COP26), que se reunirá en noviembre en Glasgow (Escocia) y que es considerada por los expertos una de las últimas oportunidades para actuar antes de que sea tarde.
En la Cumbre de Glasgow (9 a 19 nov.2021) el Acuerdo de París de 2015 será sometido a revisión. Será la oportunidad para enfrentar la realidad científica y verificar que las metas establecidas eran inadecuadas.
La cada vez más alarmante emergencia climática deberá compaginarse con nuevos compromisos nacionales actualizados, capaces de frenar la crisis climática a tiempo. Ello implicará un feroz enfrentamiento con la “coalición de los postergadores”, en que se ha convertido la vieja “coalición de los negadores”, tras años de irresponsabilidad planetaria, avaricia y estupidez. Son los que ahora introducen propuestas para “ir ganando tiempo” mientras nos conducen al precipicio.
La próxima COP se celebrará en un año crítico para que no lleguemos tarde. Las emisiones mundiales no han dejado de aumentar mientras el reloj sigue corriendo. Las postergaciones e indecisiones de gobiernos y grandes corporaciones han tornado cada vez más difícil encontrar soluciones urgentes y expeditivas, sostenibles en términos técnicos, económicos y políticos.
PNUMA ha señalado en un informe reciente que las reducciones necesarias de emisiones deberían triplicar lo previsto.
Aunque Bruselas ha desempeñado un papel clave en la diplomacia climática, tomada como bloque, la Unión Europea sigue siendo el tercer emisor mundial, sobre todo por los países del Este europeo que se resisten a cumplir las normativas ambientales comunitarias.
Por sus propios intereses y por un diagnóstico acertado de la situación a la que la había conducido su rápido desarrollo, China –uno de los dos grandes contaminadores junto a EEUU– estableció objetivos para una “civilización ecológica” y ha forjado en los últimos años una hegemonía en tecnología solar, vehículos eléctricos y baterías.
Recientemente el presidente Xi ratificó el compromiso de su país por alcanzar la meta de cero emisiones pero recién en 2060 (y no en 2050 como el Acuerdo de París preveía).
India, otro gran contaminador, también se sumó con dificultades, a la voluntad de alcanzar un pacto climático global. Durban (2011) fue la puerta de los prometedores acuerdos bilaterales que más tarde, se celebraron entre Beijing, Delhi y Washington.
Pero llegó Trump, el ignorante. Que no solo negó la existencia de un problema climático sino que rompió el Acuerdo de París, abolió la mayor parte de la legislación ambiental de su país y estimuló las industrias del carbón y los combustibles fósiles.
El triunfo de Biden, su retorno al Acuerdo y la promesa de un drástico impulso en materia medioambiental es alentadora. En sus primeros días de gobierno firmó órdenes ejecutivas para revitalizar el sector energético e impulsar las energías limpias en el país; redujo los subsidios para el sector del petróleo y otros combustibles fósiles; paralizó las nuevas concesiones de petróleo y gas en tierras y aguas federales y planteó preservar el 30% de las tierras y aguas marítimas del país en los próximos diez años.
Pero el daño realizado por Trump es más profundo y viene desde las profundidades de la concepción hegemónica estadounidense, que comparten republicanos y demócratas. Trump ha roto los fundamentos geopolíticos del Acuerdo de París: para enfrentar el cambio climático es necesaria una cooperación estable y duradera con China. Y EEUU ha retornado –Biden lo comparte– a la concepción de “guerra fría” entre superpotencias con Beijing como “enemigo”.
El éxito de la Cumbre de Glasgow es crucial pero se anticipa difícil. Las grandes corporaciones de petróleo, gas y plásticos siguen reticentes a hacer algún avance y optan por disfrazarse de “verdes”, con campañas mentirosas para ganar tiempo, que siempre concluyen con nuevas postergaciones en las metas. Y gobiernos y políticos en todo el mundo siguen mostrando sus “ataduras” a las influencias empresarias
La diplomacia climática que surge desde Bruselas podría ser decisiva. Hablamos de Bruselas, porque la Unión Europea en este tema está fracturada, como en varios otros. El intento de un compromiso que fijase por primera vez para 2050 el objetivo de una economía europea libre de emisiones de CO2 fracasa ante la posición recalcitrante de los gobiernos de derecha del este europeo (Polonia, Hungría, República Checa y Estonia).
El Acuerdo de París preveía que durante el 2020, los Gobiernos actualizarían al alza, los planes de recorte de emisiones para la siguiente década. Pero solo cinco países lo hicieron.
Sin embargo, los acuerdos logrados entre la UE y China parecen abrir nuevas esperanzas. Lo acordado con el gigantes asiático es vital para las economía de la UE y le ha permitido a Bruselas forzar a los ‘recalcitrantes’ del Este a comprometerse a elevar del 40% al 55% la reducción de emisiones para 2030, en relación con el nivel de 1990.
También ha jugado a favor el anuncio de Xi Jinping de que China se compromete a reducir sus emisiones por unidad de PIB “más de un 65%” respecto al nivel de 2005; a aumentar en 2030 la participación de los combustibles no fósiles en el consumo de energía primaria en un 25% (cinco puntos más que la anterior promesa) y a casi triplicar su capacidad eólica y solar actual.
Las coincidencias entre China y la UE son decisivas. Para China, la UE representa un gran mercado, con capacidades tecnológicas de primer nivel y una manifiesta voluntad política en buena parte de sus miembros para afrontar los problemas ambientales del Planeta.
Entre ambos acumulan casi el 40% de las emisiones mundiales. La apuesta china a una “civilización ecológica”, el protagonismo europeo en la diplomacia climática y el retorno de EEUU al Acuerdo de París, tras cuatro años de estupidez ‘trampiana’, permiten albergar esperanzas en la lucha contra el cambio climático.
Glasgow es la oportunidad de enfrentar los constantes esfuerzos de postergación de soluciones, sumar a Japón e India, aislar a los gobiernos conservadores anti-clima como Australia, Polonia, Hungría o Brasil y avanzar.
En medio de una nueva “guerra fría” ahora entre EEUU y China, Europa se asoma como una asociación atractiva para Beijing, no solo en lo estratégico y comercial sino en la consolidación de una política climática global.